Una hermosa sonrisa colombiana




La última vez que lo vi sonreír al ansioso López fue aquella vez que me contó de su enamoramiento por una mujer colombiana que había conocido en un Congreso en Paraguay sobre las políticas de comunicación en América Latina. 


Aquella vez, el ansioso me sostuvo, con mucha seguridad, que su olvido a la hora de comenzar el debate, fue consecuencia de ver en la primera fila, a una chica de unos 30 años, morocha, con una sonrisa que había justificado, en ese instante, la pérdida de la memoria sobre cómo debería comenzar su discurso en aquel Congreso. Pero a pesar del momento acalorado, López insistió en que fue lo mejor que le había pasado en años.


Y los años que sucedieron al encuentro de esa sonrisa tan particular, no fueron del todo bueno para el ansioso. Su relación con la colega no prosperó y llegó a su fin un 28 de julio de un año que es mejor no recordar. Desde aquella fecha, nunca más le pude ver los dientes al ansioso López como producto de una sonrisa genuina. 


Pasó bastante tiempo. Muchos días en el almanaque. Y cuando llegaba esa fecha, ese 28 de julio, López acudía, en un intento de desesperación, a las charlas de café con amigos para no caer en el horrible recuerdo de una sonrisa que nunca más vio ni se le pareció. 


La pandemia no ayudó con la cuestión. Porque los amigos no nos podemos juntar, del todo, aún, y el último recurso ya no está a su merced. Sin embargo, el fútbol a veces funciona como una pastilla recuperadora de sonrisas.


Nunca imaginé que a los 7 minutos y 49 segundos del segundo tiempo, mientras Andrés Roa acariciaba el esférico con su pierna derecha, llevando la pelota hacia un viaje hermoso con destino de gol, esa pastilla volvería a hacer efecto. No lo imaginé, ni cerca de pensarlo estuve. Ni siquiera cuando el colombiano sonrió, como hace tiempo no lo veíamos, y mandó a cagar la mufa de no poder terminar una jugada y de no poder gritar el gol.


No se me cruzó por la cabeza. Lo único que observé en ese momento, fue una hermosa sonrisa colombiana, de Andrés Roa, que acababa de poner a Independiente 1 a 0 arriba ante Patronato. 


Y bueno, qué puede uno sospechar que un gol de un miércoles por la tarde, tiene el poder de devolverle la sonrisa al prójimo. Pero se ve que sí. Porque cuando terminó el partido, recibí la videollamada de mi amigo. Miré la fecha. Era 28 de julio aún, pero esta vez, el ansioso López sonreía a la pantalla de su celular y me contaba lo contento que estaba con el triunfo de Independiente, con el gol de Roa, y su hermosa sonrisa colombiana.

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