Otra vez y para siempre
Ahora
entiendo que las costumbres no son hábitos que pueden eliminarse por completo.
Más allá de que no todas las costumbres sean, digamos, buenas, o malas, más
allá que algunas costumbres conlleven consigo riesgos de vida, digo, atraigan
más a la muerte que a la vida, digamos. Pero, alejadas de toda suposición, las
costumbres no se erradican en su totalidad. Me gusta más pensar que las costumbres
reaparecen, en todo caso, transformadas, reconstruidas.
Y en una
época en la cual, por suerte, todos estamos tratando de reconstruirnos, es
irreparable meter en la bolsa a las costumbres, porque también son vida, y la
vida es dinámica y todo lo que es dinámico se transforma, incansablemente. Pero
no estoy acá para hablar de evolución ni mucho menos. Estoy acá para contarles
algo que también les debe estar pasando a ustedes, o por lo menos imagino.
¿Con qué
objetivo uno trata de cambiar o mantener una costumbre? Yo había pensado,
planeado, cuando comenzó esta mierda de la pandemia que es una de las peores
mierdas que nos tocó en un mundo en el que quienes lo habitamos vivimos vertiendo
mierda, había planeado, como les contaba, transformar algunos de mis hábitos.
Me aferré fuerte a la idea de utilizar el tiempo para convertir las cosas que,
personalmente, creía que hacía mal.
Haber dejado el pucho me satisfago, de alguna u otra forma. Haberme metido en un plan alimenticio y encontrado la forma correcta de entrenar, también. Y más allá de la crisis que atravesamos, la solidaridad siempre apareció, por lo menos, en repetidas ocasiones. Uno no puede pretender que todos actuemos de la misma manera, en fin. Experimenté el dulce sabor del logro que uno mismo construye a fuerza de voluntad.
Por último,
había entendido que el fútbol no terminaba de ser del todo clave para la
supervivencia humana, o por lo menos para la mía. Me había acostumbrado a
dialogar telefónicamente con mis amigos o por video llamada y establecer la
idea de que, ya no seríamos aquellos salvajes miradores seriales de un deporte
de once humanos vs otros once humanos.
Ahora, y
con esto ya no los aburro más, ¿Cómo puede ser?, mis queridos amigos, cómo
mierda puede ser que habiendo logrado todo eso que les conté, que no es poco, cómo
puede ser que me haya levantado otra vez a las 11 de la mañana para ver a
Independiente, cómo puede ser que este equipo de fútbol sea una costumbre que
se me mete en lo más profundo del espíritu, me corra por las venas y me obligue
nuevamente, a estar sentado como un pelotudo a la matina, viendo cómo once
suplentes juegan contra otros once suplentes.
Les juro
que hay algo que me obliga. Me sale del corazón, me obliga. Como esos amores
desbocados de los que uno se alejó, pero sabe que si levanta la mirada y en el
horizonte encuentra los mismos ojos, se desnuda de alma y se entrega como una
línea de tres que tira el orsai sin haberlo practicado.
Y ese soy
yo. Eso somos todos nosotros. Aunque sea un amistoso. Me obliga a tirar a la recontra mierda todas esas
suposiciones pelotudas que me planteé-. Acá estoy, sentado, con mi viejo al
lado, tomándome un amargo a las 11 de la mañana, bajándome un paquete entero de
bizcochitos de grasas, y con la camiseta del Rojo, mientras mi papá señala a la
televisión acusando qué pibe del club tiene futuro y qué posición le vendría
mejor, aunque en realidad no tiene ni puta idea.
Pero
estamos ahí, viviendo desbocados para un amor que le pisa la cabeza a cualquier
intento de transformación. Estamos ahí, otra vez y para siempre, alentando a
Independiente.
Comentarios