Volvimos a ser



Previo a la primera final ante Flamengo tendía a pensar que Independiente necesitaba de este título para consagrar el retorno a las viejas épocas. Me equivoqué, el Rojo ya es el que queremos, el que extrañamos. El que enorgullece a propios y ajenos. El que nunca tuvo que dejar de ser. Volvió el Rey de Copas.

La noche que recientemente vivimos fue digna de las épocas de Pavoni, de las de Bochini y Bertoni. De las que yo no viví, por mis cortos 21 años de edad. De las que me contaron y siempre entendí. De esas que tiene a Avellaneda de fiesta, a 5 millones de hinchas felices, motivados e ilusionados. A un estadio repleto que ruge ante cada pelota disputada, que empuja a su equipo cuando más lo necesita, que se siente bien representado. A campeones como Mondragón y Mazzoni siendo ovacionados desde los cuatro costados. Fue Independiente en estado puro. Lo noté en el recibimiento, el cual me arrancó alguna que otra lágrima. Tomemos dimensión de lo que esto significa para nosotros. Y a los que no lo entienden: no le busquen explicación, lo llevamos en la sangre.

Qué lindo y armónico es cuando el sentimiento se ve acompañado por lo que el equipo propone en la cancha. Independiente es buen fútbol. Es dinámica, proyección y asociación. Es correr, es meter, es intensidad. Es tocar, es tirar paredes, avanzar y atacar. Es el fútbol de Meza, los huevos de Barco y la sangre de Tagliafico. Es la recuperación de Gigliotti, la gambeta de Benítez y la solidez de Franco. Es todo lo qué pasó en el segundo: la circulación, el desmarque, la paciencia, la disciplina. Es plantarse ante cualquiera y en cualquier lado. Es todo lo que Ariel Holan le inculcó a este grupo de jugadores. Todo lo que ellos entendieron y todo a lo que se aferraron. Son dignos de esta camiseta, de esta historia.

Varios amigos, hinchas de otros clubes, me felicitaron por lo que generó Independiente. “No es normal ver a un equipo jugar así en una final”, me dijeron. Y ahí me di cuenta. Es verdad, no es normal. Pero sí es una característica esencial de nuestra historia. Siempre fuimos un cuadro que mantuvo su identidad ante cualquier contexto. Y lo hacemos ahora. Podemos jugar mal y perder, podemos incluso volvernos de Brasil con las manos vacías, pero siempre lo haremos con la frente en alto, los dientes apretados y respetando nuestra identidad.

No necesitamos el título para volver a ser Independiente, pero sí lo merecemos. Nosotros, por todo lo que nos pasó, por todo lo que bancamos, lo que sufrimos y lloramos. Y ustedes, por lo que trabajan, por lo que juegan y por lo que nos enorgullecen. Quiero verlos campeones, dejen la vida por hacerlo. Estén a la altura del club más lindo del mundo, entren en la gloria del Rey de Copas. Ya tienen una victoria en el bolsillo pero no se confundan, no me refiero al resultado de la ida. Su triunfo fue devolver a Independiente a la vida.

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