Historia Roja: Un análisis del fútbol según E.T.

 



Son las 8 de la mañana del jueves 25 de noviembre del año 2021. Dejo de escribir un segundo para tomar un poco del café que se me acaba de enfriar, porque todavía sigo incrédulo de lo que presencié ayer, miércoles 24 de noviembre del año 2021. Cuando ustedes estén leyendo estas líneas será el mediodía o la tarde del mencionado jueves 25 de noviembre del año 2021, o será viernes, o diciembre o 2022 o 2050. Lo cierto es que , más allá de la fecha en la que caigan sobre este texto, por primera, segunda y enésima vez, les parecerá una ridiculez. Por eso, y solo por eso, mi intención no es contarles la verdad, sino, aproximarme a ella. Porque si entraría en los detalles del hecho, de aquí en adelante, por el resto de mi vida, ni mi sombra creería en los pasos que doy. Así que con toda mi honestidad y mi perplejidad, va lo vivido. 


Cuando un partido de fútbol y de nuestro equipo nos agarra entre semana, uno no puede pensar en otra cosa que no sea en el pitido inicial del match. Uno no puede dividir las calorías necesarias para el ejercicio del trabajo, el cuidado personal, el ejercicio físico, los amoríos e ir a la cancha. Porque ir a la cancha, para nuestro sistema nervioso y neuronal, es lo único que existe, lo único prioritario y necesario para conservar la salud física y mental, al menos en ese día.


Entonces, cuando ya casi llega la hora de enfilar para el estadio, uno se transforma en un zombie enamorado. Enamorado de esos colores. Pero en lugar de sangre, tiene sed de goles. Esos goles que le darán la vitamina necesaria para seguir sobreviviendo a un mundo lleno de cosas horribles. 


La escena deportiva de este miércoles 24 de noviembre del año 2021 se daría entre el Independiente de Falcioni y el Boca de Battaglia. Un clásico más, entre semana, a las 21.30 de la noche. "Pero hermano, qué hermosa es Avellaneda cuando de noche, la luna e Independiente le regalan el decorado más lindo de los decorados que pueden existir y  que uno puede observar sobre Av mitre y las calles aledañas", pensaba mientras manejaba rumbo al Sr. Trapito al que uno le paga por temor a la destrucción total del vehículo. 


No va, che, que, cuando estoy por llegar, en una de las esquinas de la avenida, un tipo me hizo señas para que frene. Cuando algo así me sucede, yo no te freno ni en pedo. Porque por ahí es un chorro, o un loquito o alguno que se quedó caliente de un fulbito cinco y te quiere cagar bien a trompadas. Pero no me pregunten por qué, ya les dije que me iba a acercar a la verdad, no a su totalidad, las manos y la mirada de ese hombre me dejaron otra vez como un zombie enamorado, y lo único que tuve voluntad de hacer, fue frenar y abrirle la puerta.


El tipo se sube, estaba pálido, llevaba una remera blanca y un pantalón negro. Con la cabeza y los ojos aún mirando hacia el parabrisas me ordenó: "Llevame a la cancha de un equipo que se llama Independiente, por favor". Lo único que me atemorizó de ese instante, fue pensar que el muchacho, era extranjero, de algún lugar de Rusia o de Ucrania, y eso que nunca fui a esos países, pero como el tipo este hablaba medio como el culo, supuse que era de ahí. Entonces, como les contaba, mi único temor era que el tipo este, haría su debut como espectador de fútbol argentino, en la noche de ese miércoles, en un clásico y nada más ni nada menos que en la cancha de Independiente. De mí Independiente. 


Ustedes saben qué significa toda esta cuestíón de un extranjero viniendo fascinado a ver un clásico como si fuésemos animales esclavos y exhibidos en un zoológico. Se los voy a deletrear: M-U-F-A. Sí, porque encima el Rojo tenía que ganar sí o sí, y yo me vengo a cruzar a este ruso. Pero no me quedó otra que acompañarlo hasta la entrada y evitar que lo rapten las fuerzas oscuras que habitan en la entrada de un estadio.de fútbol argentino.


Cuando le pagamos al Sr. Trapito y enfilamos para el Libertadores De América, le pregunté a este ruso de dónde era, cómo se llamaba y cómo veía el clásico de esta noche. Él tipo me contestó que era de un lugar que yo no conocía ni iba a conocer ni en esta ni en otra vida, que se llamaba, temporalmente, Ricardo Gómez y soltó la siguiente frase: "Según mi percepción intraneuronal y mis cálculos matemáticos universales, es muy probable que el equipo de Independiente sufra y sobre todo, se defienda con sus once hombres detrás de la mitad de la cancha". Yo pensé, claramente, en cagarlo a trompadas por toda la sarta de boludeces que había dicho al principio, pero ojo, ojo eh, que en el análisis ese de la mierda universal y no sé qué carajo más, no estaba nada equivocado. Si se hablaba de que Falcioni podía jugar con línea de 5. Ahí me hice un poco más amigo del ruso este, porque uno puede disentir con alguien porque dice cualquier barbaridad, pero si ese alguien que dice cualquier barbaridad, comparte la idea futbolística de uno, automáticamente pasa a  la zona de amistad y confort mental. 


El ruso este, o Ricardo Gómez, como quieran llamarlo, tenía platea como yo, a uno o dos asientos de distancia, pero los intercambiamos con otros dos tipos para verlo juntos. Me iba encariñando con este personaje, qué se yo. Al fin y al cabo, estábamos ahí, viendo un partido de Independiente. La salida del equipo fue espectacular, el humo de las bengalas y la gente rompiéndose la garganta cuando los jugadores le levantaron las manos al cielo, fue una imagen infernalmente perfecta. El ruso sonrió cuando Silvio Romero alzó las manos hacia arriba y me dijo que él hacía lo mismo para sentirse un poco más cerca de su hogar. -Pero ¿Dónde vivís, hermano, en Saturno?- le pregunté en forma de chiste. Pero aquí ocurriría el primer hecho que me avergüenza, un poco, de contar. Ricardo Gómez, o temporalmente Ricardo Gómez, me respondió: "No, pero cerca de ahí. De una luna cerca de ahí". 


Me quedé absorto. Lo primero que pensé es que estaba drogado. Que había tomado algún hongo. Vieron que allá, en Europa, las drogas son pulentas, puras, de avanzada. "Este tiene alguna droga de Putín y se pegó un viaje intergaláctico", pensé. Así que dejé de hablarle por un rato, mientras miraba el partido. De repente, cuando el silencio entre nosotros ya lastimaba, el ruso giró la cabeza y me dijo: "Mis presentimientos y cálculos intralunares afirman que el equipo de Boca Juniors tiene problemas sobre el sector izquierdo de su defensa, y que aproximadamente a las 20 minutos de la primera parte, el equipo de Independiente podría marcar el primer gol del partido". Tengo que confesarlo, me fascinaba la forma neutral con la que el tipo este narraba sus cálculos. Prometí que si pasaba eso, le compraba una coca que está como 300 mangos el vaso.


Llegó el minuto 20. Boca se durmió en defensa, Velasco le tiró un centro hermoso a Benavídez, quien se tiró de palomita y la hundió en la hermosa profundidad de la red del arco rival. Fue gol del Rojo. La cancha estalló. Pegué un grito y lo abracé al ruso este. El tipo seguía inmóvil. Lo abracé, le besé la frente y le grité: "Vamo rusito viejo y peludo nomás. Pero la coca está bastante cara hermano, en casa tengo de vidrio". El ruso me respondió que la confección de su sistema digestivo no toleraba esa bebida infernal. Yo le repliqué que por ser ruso o de alguna luna de Saturno, era bastante flojito, que se tomara una cocardi, que le afloja hasta los anillos de Júpiter pero el tipo no quiso saber nada.


Durante el resto del partido, el ruso, que ya no era ruso, sino que era un amigo de alguna luna perdida de Saturno, hizo algunos comentarios igualmente raros. Me preguntó si estaba feliz o estaba asustado, cuando faltaban 15 para terminar el partido. Me dijo que la violencia con la que Insaurralde lo revoleó a Salvio por el aire no era aceptada en otras lunas. Me aseveró que era raro lo que se había hecho Sebastián Sosa en la cabeza. Pero por sobre todas las cosas, puso el énfasis sobre una cuestión ética y moral. El E.T este me dijo, serio: "Detecto en mis registros de vocabulario humano que lo que están cantando es un grito trivial, homofóbico, discriminador y éticamente incorrecto. Deberían dejar de hacerlo. Pero además, mi ojo interestelar puede confirmar que hay médicos, letrados, doctores, congresistas, funcionarios, arquitectos y científicos humanos, todos al mismo tiempo, agitando los brazos y cantando esa canción. Quisiera saber por qué cantan así, todos juntos, algo tan malo".


Y el extraterrestre este tenía razón. La canción que estaban cantando era "A estos putos les tenemos que ganar". Y como él dijo, letrados, universitarios, médicos y científicos, la estaban cantando a viva voz. Le dije al rusito que en el fútbol, hay algunas cosas que hacemos porque sí, que no se justifican y que están mal, y que nos cuesta mucho cambiarlas. Quizás, por esa trivialidad de la que él hablaba.


Cuando terminó el partido, el E.T de Saturno se quedó mirando las estrellas, con los ojos humedecidos. Luego se dedicó, pacientemente, a observarle las sonrisas a las personas que despedían al equipo ganador, al Rojo, que se había impuesto 1 a 0 a Boca en Avellaneda. Le pregunté al rusito qué iba a hacer luego de salir del estadio. Me dijo que volvería a su hogar porque la misión había terminado. Le consulté cual era su misión y me contestó que en su luna, estaban analizando las formas que tienen los humanos de alcanzar la felicidad en un mundo que es el último de toda la evolución, el más denso, el más temible, el más doloroso. 


Me distraje un segundo y cuando volví a girar la cabeza, el temporal Ricardo Gómez ya no estaba. En mis manos me había dejado, como una ilusión, un papel que decía "Copia de mi conclusión en el paso por el último de los planetas de la creación, al que sus habitantes llaman Tierra: Aquí, la forma que conocen de la felicidad es complicada y fugaz. Sin embargo, los humanos han encontrado una alternativa para que sea más simple y duradera. Ellos han creado el fútbol y con él, los equipos. Cualquier persona puede alcanzar la felicidad si ve ganar a su equipo en su cancha. Es algo que, para nosotros, parece estúpido, pero lo he comprobado en mi propia existencia. Basta con una pelota, una camiseta y un gol para que millones de personas se vayan a dormir con una sonrisa para esperar un nuevo sol, que según me contaron, brilla más fuerte cuando gana un equipo que se llama Independiente, que queda en Avellaneda y  que viste una camiseta roja, como la sangre que portan todos los humanos.


PD: He invitado a mi amigo humano a viajar conmigo para seguir con mi estudio. Lo hice mientras él giraba su cabeza y en un estado de conciencia álmica e inconsciencia material. Qué raro, esa alma me ha contestado que lo haría muy feliz ser parte del análisis, pero que honestamente, jamás podría estar lejos de su Independiente. A sí que lo he dejado en la platea, para que siga disfrutando de la victoria ante un equipo que se llama Boca Juniors. 


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