Un pelotazo en la cara
Todavía recuerdo aquella tarde en la que yo era muy chico aún para disputar un partido con quienes se denominaban "Grandes", que simplemente eran hombres que habían nacido antes que yo, pero eran amigos de mi viejo y que me habían dado la oportunidad de debutar en su grupo. Pero no cualquier grupo, nada menos que el del fútbol de los martes.
Aquel episodio me acercó un obstáculo para sortear. Una prueba de carácter, la llaman algunos. Quizás, antes se denominaba así, trivialmente, cuando podría haber sido tratado de otra manera. No los juzgo, no me juzgo, ni juzgo a mi viejo, simplemente cuento lo que pasó.
Aquel, fue un tremendo pelotazo en la jeta. Me acuerdo que tenía 9 años y jugaba arriba. Quería ser Forlán. Pero Forlán, osea yo, no vio venir el tremendo puntinazo del "Gordo" Carlitos, quien embadurnó su dedo gordo en la pelota de gajos, que impactó severamente sobre mi mejilla derecha. Automáticamente volé. Volé y caí al piso como una bolsa de papas. Rápido, me levanté sobre mí y actos seguido, lo miré a mi viejo.
La cara me latía, los gajos habían raspado hasta el último centímetro de mi rostro infantil. Mi viejo me miraba fijo, a ver qué hacía yo. Yo tenía unas ganas de llorar tremendas. Hoy en día entiendo que si en ese momento me hubiese largado a llorar, mi viejo no me hubiese dicho nada, es más, me hubiese consolado. Eran un duelo mental, que yo percibía como chico. Y en ese famoso fulbo, no estaba permitido llorar.
Entonces, rápido, me comí la angustia, me tragué la bronca, me tragué la vergüenza, me tragué hasta la nariz del pelotazo, y dije - estoy bien estoy bien-- Qué mierda iba a estar bien si me había tragado hasta el último diente. Pero seguí. Seguí. Si bien no se ponía en juego ni el llanto ni la mal llamada hombría, lo que se ponía en juego era, para mí y para mi viejo, levantarme y seguir. Porque en la vida nos tenemos que levantar y seguir. Así es la vida, así es el fútbol, porque para nosotros el futbol es la vida, aunque suene exagerado.
Con esa mentalidad salió Independiente a la cancha. Con muchos rostros viriles, que están dando exámenes en el club más grande del continente, en uno de los clubes más grandes del mundo. El primer grito de gol vino rápido, la bajó el chico Velasco y Silvio Romero hizo lo suyo. Independiente arrancaba con el pie derecho, en un estadio que llueven centros y bichos por doquier.
Ahí estaba independiente, tratando de controlar un juego que a veces era incontrolable, tratando de trabar en mitad de cancha para que no se le vengan encima. Tratando de estar a la altura cuando sabemos que esto no está de la mejor manera, cuando sabemos que hay cosas que faltan en la institución y en el plantel, cuando sabemos que todo está muy cuesta arriba.
En el banco nos dirige uno que era más guerrero que jugador y que también está dando examen. Una prueba de carácter y actitud. Ahí estábamos, siempre luchando por una copa internacional. Ahí estaba el Rey, en las corridas de Velasco, en Silvio, en Alan, en los huevos que Bustos no se cansa de poner.
Ahí estaba Independiente, en el barro, pero tratando de salir empujando, para que cuando se salga, el empuje quede atrás y lo que prevalezca sea el lindo andar. Ese andar que busca Pusineri, ese andar que queremos todos, ese andar que como dijo el Chivo Pavoni, se consigue a la larga pero se consigue ganando
Nos asustamos un poco con el mosquito que nos picó y nos clavó el empate en el palo izquierdo del arquero. Y el arquero. como nosotros, también se sometió a prueba. Y ahí estaba, Sosa, poniendo literalmente la cara, ahí fue esa pelota que le reventó la nariz al arquero uruguayo que se estalló y quedó en el suelo. Pero la pelota había ido al córner. Y ojo, nada de tirarse demasiado, se levantó, vista al frente y ahí recordé aquel niño de 9 años con la camiseta Termidor de Independiente, diciéndole a su papá que todo estaba bien, que había que seguir.
Eso es un poco lo que dejó la noche. Hay que seguir peleando, hay que seguir intentado, hay que seguir jugando. Hay que seguir siendo el Rey de Copas. Hay que seguir, Independiente. Hay que seguir empujando, todos juntos, todo rojo.
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