Salí de ahí, Maravilla



-Salí de acá, Lucas-, me repetí varias veces a mí mismo en uno de los intentos para que el reloj digital se arrime a las 16, horario en el cual mi laburo me permite salir a ver la vida de una manera más Independiente. Es que jugaba Independiente pero mi día no era tal en su totalidad, debido a que, la facultad, una vez más, me jugó de Ruben Botta.

De Capital Federal hacia Bernal. Sentado en el quinto banco, contando de izquierda a derecha. En frente, un hombre medio gordo, con pelo largo, pero muy sabio, hablando de música y sociedad, haciéndonos escuchar canciones de Deep Purple y Pink Floyd y explicándonos porqué el rock se convirtió en un cuadrado.

Cuadrado como la esperanza de que el Rojo le gane al Ciclón. Porque a Independiente siempre le costó ganar jugando mal. Es como si no se lo permitiese a sí mismo. El primer mensaje de Nerina, mi compañera, llegó bastante temprano. Gol de San Lorenzo. Gol de Botta. Me revolvió el estómago. -Salí de acá, Lucas- me dije.

Es la primera vez que cuento una historia no siendo partícipe. Por eso nunca cité a Campaña levantando los brazos. Llegué para ver el complemento. En 15 minutos fumé dos cigarrillos. Imagínense. Un desastre, che. Nada de nada. Todos sin ganas y con las ganas de todos los de afuera que veían como los de adentro se iban sin nada. Ni una linda jugadita. Alguna corrida de Verón. Gigliotti no para de barrenar en vano.

Se había dicho el match. Independiente perdió nuevamente de local. El equipo juega mal, Holan no encuentra el dicho equipo. El Rojo se aleja de la zona de Libertadores, con el campeonato ya perdido y la Recopa en el camino. Se nos apagó la luz. El que camina en la oscuridad, no sabe a donde va. Salí de ahí, Rojo. Salí antes de que sea tarde.  Como siempre, con ustedes. Como siempre, con el fútbol. Como siempre de la mano de Holan. Como siempre, con Independiente y para Independiente, por el bien de Independiente.

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