A la cancha con Serrat



-A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo el camino- pensé cuando el sol caía sobre el Libertadores De América, que había sido testigo de una nueva victoria de Independiente. 

Para mí, Serrat, es la comunión entre mi viejo y mi vieja. Lo ví en la tele. Él estaba vendiendo un nuevo show y yo, me lo llevé a ver al Rojo por un rato.

Domingo a las 17, el horario más perfecto del mundo. El calor sobre la luz y el frío sobre la sombra nos mantuvo alerta sobre qué equipo iba a poner Holan. Cuando la voz del estadio mencionó a Benítez, las palmas de las manos del público se incendiaron de alegría y optimismo.

Independiente ya estaba en la cancha y le levantaba las manos su gente. El saludo histórico, el que le molesta a la CONMEBOL. Porque cuando el Rey saluda, mete miedo eh. Mete miedo de verdad.

El partido era todo rojo. De repente, Benítez la puso contra un palo y arriba los nuestros. El misionero corre, pega el salto de Maradona en el 86 con puñito al aire y se tira de rodillas al suelo. Agacha la cabeza, llora y se besa el escudo. Los hinchas aplauden y corean su apellido. Un tiro para el lado de la justicia. Habiamos pensado, habiamos reflexionado y habiamos accionado para el lado del bien.

El resto del encuentro fue una catarata de goles perdidos por Independiente. Un Independiente que presiona, que quita y que juega. Que ha constituido, después de décadas, un comunión tran grande como la de mi viejo, mi vieja y serrat.

El partido había terminado. El sol caía sobre la popular norte y teñia de un Rojo luminoso el aire del Libertadores De América. Los papeles volaban y algún que otro Tero intentaba picar alguna sobra. Miré a mi alrededor. Me fui pensando en volver. Ese estadio es como una mujer perfumadita de brea.

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