Morite de amor, o de fútbol



Salta, la linda. Me siento, me sirven un café. Estoy algo nervioso. En realidad, no sé si estoy o no estoy. El problema es que uno ama demasiado, y a los que amo, los tengo lejos, como a Independiente. Pero el amor se siente igual, o peor, más intenso, diría yo.

Tomo un sorbo. Miró el celular y gol de ellos. Vuelvo a mirar, y le expulsan uno a ellos también. Parezco tranquilo pero me gustaría tirar el café a la mierda, sacarme la remera y colgarme de la pared del hotel Güemes.

Sigo bebiendo café, tengo un dolor tremendo en el estómago. Un amigo me avisó que había comenzado el ST. Caminé casi 20 vueltas a la plaza principal. Miré medio mal a la Virgen de la Catedral. Le pedí que no nos deje en bolas. - Nos anularon un gol - me dicen por WhatsApp. Me lamento. - Al final lo cobraron, gol de Benítez -, me confirman. - Me voy a morir - respondo. Así, acotado cómo estás palabras. Más no me salió.

-Gol de Hernández - me chiflan. Entonces me voy tranquilo a la pieza a apolillar. Pero me vuelve a sonar este aparato del Diablo y me dicen que nos dieron vuelta el partido y que se juegan 6 minutos más.

Pierdo un poco el conocimiento. Me pongo a pensar por qué uno sufre tanto. ¿Les pasará a los que no aman con tanta intensidad? Quisiera tener a mi viejo acá, pero está allá. Ahora estoy solo y a punto de quedar afuera. No tengo a qué aferrarme. Siento que se vienen por todo. Pero me levanto, y me digo a mí mismo que no me arrepiento de amar tanto, de esta manera. Que no me lo reprocho ni un poco, y que amo a mi viejo, a mis amigos y a todo lo que tenga que ver con el buen Independiente.

Me levanto de la cama, firme. Miro el celular - pasamos de ronda, hijo- a lo que le respondo: de fútbol podemos morir, viejo, pero de amor, no.

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